"La Luz en el Cerro de Quezada"
En las polvorientas colinas de la región minera, donde el eco de los martillos y el retumbar de las explosiones nunca parecían cesar, circulaba una leyenda temida por todos: la de Juan Minero, el alma errante que aún buscaba su tesoro perdido. Juan no había sido siempre una figura sombría. Había sido un hombre de trabajo, un obrero leal y honesto de la empresa minera: Amparo Mining Co., encargado de transportar el mineral extraído en su recua de mulas a través del cerro de Quezada hasta el tren, que lo llevaría a la planta de procesamiento. Una ruta empinada y solitaria, entre cerros que parecían susurrar secretos olvidados.
Una noche, mientras la oscuridad se cernía sobre el cerro, Juan fue atacado por bandidos, hombres cubiertos del rostro que lo asaltaron en el cumplimiento de su deber. Lo mataron allí mismo, entre las rocas que aún guardan la huella de su sangre, y el mineral que transportaba desapareció sin dejar rastro. Desde esa noche, la leyenda comenzó a circular: "Juan Minero había sido víctima de la codicia, y ahora su alma vaga por el cerro, en busca de su tesoro perdido." Pero la historia no terminó con la muerte de Juan. Aquella misma noche, los trabajadores del pueblo comenzaron a ver una extraña luz descendiendo por el cerro de Quezada. No era una simple lámpara, sino un resplandor tenue, amarillento, que se balanceaba al ritmo de pasos pesados. Algunos decían que era la luz de la lámpara de carburo de Juan, que aún iluminaba su solitaria marcha. Otros, los más escépticos, intentaban racionalizarlo, achacándolo a las explosiones espontáneas de los gases subterráneos, comunes en las minas de la región. Pero aquellos que habían trabajado en la mina sabían que esa explicación no era suficiente. Nadie podía negar que la luz parecía acercarse cada vez más a los pueblos cercanos, especialmente durante las noches de tormenta. Y fue en una de esas noches, cuando un grupo de jóvenes decidieron aventurarse al cerro, donde los ojos de la verdad los miraron de cerca.
- Juan Carlos Carbajal Gutiérrez
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"La leyenda de Juan Minero"
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La leyenda de Juan Minero, es una historia que se desarrolla en el cerro de Quezada, en la región de Etzatlán, Jalisco.
"La leyenda de Juan Minero, una de las más conocidas en la región, pues va asociada a la importante compañía Amparo Mining Co. La leyenda relata que un empleado de la mina , de nombre Juan, era encargado de trasladar en su recua el mineral extraído mediante un recorrido por el cerro de Quezada hasta el tren. Asaltado y victimado en el cumplimiento de su deber, dio origen a la leyenda de «Juan Minero», quien a decir de la gente, aún recorre con su lámpara el cerro por las noches en busca del tesoro robado, y es posible ver la luz bajando por el dicho cerro: «se cuenta de un ex minero de las minas del Amparo Mining Co., que baja diariamente por el cerro de la Cruz de Quezada, alumbrándose con su lamparita de carburo y hasta hace poco tiempo se veía bajando a Juan Minero con su lucecita». Los enterados en estos fenómenos explican de una manera fría y concluyente que estas luces no son otra cosa que los llamados hechos comunes en regiones mineras, producto de explosiones espontáneas de gases subterráneos; definiciones que no satisfacen la imaginación de los coterráneos"
- Carlos Fregoso Gennis.
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“Se ve la luz en Etzatlán, de Juan minero”
Autor: Desconocido.
Fecha de publicación: 01/oct/16
"La noche caía sobre el monte, cubriendo de negro la falda poblada de ocotes, el temblor de miedo sacudía los cuerpos de los que —llenos de valor—, se retaban a enfrentarse al ánima en pena, del que fuera en vida: "Juan Minero", del entonces mineral de El Amparo Company S. A.
— Mira, Chon, ¡no vengas con tus cuentos, o con eso de los aparecidos!, eso ya pasó de moda… ya no existen.
— Bueno, ¡allá tú si quieres creerme!; y si no, pues te lo dejo a tu conciencia, pero no por eso, vamos a disgustarnos y a perder la amistad que hasta ahora hemos tenido.
— Pedro, había sonreído, para afirmar la buena voluntad de terminar con esa controversia surgida por aquel desacuerdo; ambos amigos, tomaron la vereda que los llevaría a la Cruz de Quezada, —lugar que se levanta majestuoso—, dejando ver la grandeza del pueblo de Etzatlán. Las siluetas, se deslizaban veloces entre la sobra de los gigantes o eucaliptos, que cercaban la vereda.
La Lupe —esperaba ansiosa la llegada de Chon—, había preparado una olla de café negro, que dejaba percibir aquel olor tan perfumado, y calientito que se desprendía del hervor. Una cazuela de frijoles fritos, esperan ser sacados con la cuchara de madera, para ser depositados en el plato extendido de barro que fue quemado en los hornos de losa de los alfareros de San Marcos, Jalisco. El rojo chile, fue expuesto al paladar en el negro corazón de la piedra volcánica, que abunda en ese lugar —principalmente—, en las cercanías de Oconahua, todo esto, abría el apetito delicioso de aquella noche.
— ¡Pásale, Pedro, a echarnos un taco, la jornada fue dura!
— Gracias, Chon, mejor le "pego" hasta llegar a la casa.
— Ándale, Pedro, aunque sea un taco de chile, o un jarrito de café —dijo la mujer.
— Gracias, Lupe, pero no.
La noche pasó tranquila, sin que nada perturbara aquella paz provinciana, solo las campanadas del reloj de la torre -en la parroquia-, rompían el silencio nocturno.
Había transcurrido ya, más de seis meses, en la misma rutina de diario, la Lupe —con sus grandes ojos negros, como aguilotes de por acá—, parecían salirse de sus órbitas, su respiración acelerada, demostraba la gran angustia que se había despertado en su interior, angustia de miedo, que no se puede ocultar, que brota como fuego, que calcina los huesos de miedo y pavor. su Chon, no aparecía, más bien, la noche se lo había tragado. Con su enorme garganta —de tormenta—, que azotaba los árboles, contra sí mismos, desgajando sus ramas hasta darles contra el suelo.
El viento: feroz, los goterones llenaban a todos los espacios, golpeando todo lo que existía. Los relámpagos iluminaban toda la región, con sus descargas eléctricas. Cuando de pronto, allá, en el cerro, una luz brillante que ni siquiera parpadeaba… avanzaba, ¡Es la luz de Juan Minero!, ¡Es el alma en pena, de un pecador tahúr, que quiere llegar a la gracia de Dios!
—Ánima bendita, de Juan Minero, que encuentre mi Chon el camino, que sea tu alma lo que lo guíe, y mañana, te prendo un kilo de ocote.
Así se cuenta, y comienza algo que tiene su fin en 1953, cuando los frailes Franciscanos, lograron hacer un exorcismo —pidiendo encerrar en cuadrante de luz—, el alma que, durante mucho tiempo, causo bienestar, y fe. Hacía mucho tiempo, que el mineral de El Amparo, estaba dando ricos yacimientos de metales preciosos, en plata, y oro. Sin tomar en cuenta a otros —de menor importancia—, la bonanza había logrado llegar al punto de mayor esplendor.
El poder económico, había desarrollado la ya célebre Hacienda de beneficio de: El Amparo, Jiménez, y Santo Domingo, cuyo nombre, se unía a las de: La Mazata, y Piedras Bolas. Juan pertenecía a los mineros que —por su fuerza, y voluntad—, habían sido escogidos, para que desempeñaran las faenas en turno de las barrenas que, consistían, en perforar la roca con la tradicional carabina, las cachas de Trinitrato de Nitroglicerina: “TNT”, para hacerlas explotar —y abrir así—, el corazón mismo de la gran profundidad subterránea. Hábil —y dispuesto a arriesgar la vida, por una causa común, en pro de sus compañeros—, siempre buscando el bien a sus compañeros, era demasiado bondadoso, y amable.
Ese día, barrenaron: 8 perforaciones, se colocaron también: ocho cargas de TNT, se retiraron las mechas, les colocaron los controles generales, y — cruzando los dedos—, esperaron impacientes la tan esperada explosión. Juntan piedras, con las manos, mismas, que juguetean para llevar la cuenta de las tronadas —o como ellos dicen—, todos juntan ocho, solo Juan junta siete, “él no corre como es costumbre”, ya no se lo ve jubiloso frente a todos. Mostrando las ocho piedras recogidas —en símbolo de triunfo—, solo Juan, —aturdido, y sin saber qué hacer—, miraba incrédulo las siete piedras recogidas, esto, dio tiempo a que sus amigos de cuadrilla entraran a la zona de peligro.
Aún se percibía el olor azufroso —a pólvora—, todavía, el humo —con mezcla de polvo—, se alzaba denso, y espeso… dibujando las siluetas blancuzcas —como fantasmas emergidos del abismo minero, adentrándose a la zona de derrumbes—, su mente, reaccionó por instinto, arrojándose sobre una mecha que, encendida, alcanzaba casi la base del orificio en la roca. Se iluminaba, con los destellos que la mecha desprendida en su carrera por alcanzar la carga, transformando su chisporreo, en una amenaza mortal. Su cuerpo titánico —como base de yunque—, arrancó de tajo la mecha que sale del orificio con la carga de TNT, y en su angustia, la arrojó hacia la boca de la salida del tiro. Cuando alcanzó la distancia, la carga estalló en mil partículas, cerrando la única entrada que conducía al exterior. Con la cara, todavía perpleja, había salvado la vida de sus compañeros, mientras que él —por su parte—, se sepultó al interior, sellando su vida así, para toda la eternidad."
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