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06 abril 2025

El lado oscuro, de la Historia de la Mina del Amparo

(Imagen recreada, ilustrativa)

Varias de las minas de oro y plata más ricas de México, se encontraban cerca del pueblo de Etzatlán, Jalisco, a 70 kilómetros al oeste de Guadalajara.. 

Eran operadas por una empresa estadounidense, la Amparo Mining Company. Una historia, sobre la extraordinaria prosperidad que las minas trajeron -no solo a los administradores extranjeros-, sino también a los mineros, quienes parecían, haber formado una gran familia feliz.

El único inconveniente, fue que la mayoría de esos mineros se declararon en huelga en 1926, lo que finalmente resultó en el cierre de todas las minas en las colinas sobre Etzatlán. 

Los mineros tenían altos salarios, vivienda gratuita, educación gratuita, dos supermercados que ofrecían la mejor comida, y ropa de todo el país, un hospital de primera clase, béisbol, varias orquestas, fútbol, baloncesto, voleibol, electricidad (antes que cualquier pueblo de la zona) e incluso su propio teatro donde podían ver películas mudas, sonoras, óperas y conciertos de los más grandes artistas de la época.

Entonces, ¿por qué marcharon en protesta a la Ciudad de México detrás del organizador izquierdista (y famoso muralista) David Alfaro Siqueiros?

Bueno, por fin encontré respuestas a mis preguntas en un libro recién publicado por el historiador de Etzatlán: Carlos Enrique Parra Ron. El título es: "Don Faustino... del Amparo al Desamparo", que podría traducirse como: "Don Faustino... Amparo de la Bonanza a la Caída". 

Don Faustino Hernández era -dice Parra-, un hombre de más de 80 años que un día entró a su oficina y anunció orgulloso: “que había nacido y crecido en el legendario pueblo minero de Amparo y que estaba dispuesto a colaborar conmigo en la intrigante tarea de rescatar fragmentos de la extraordinaria historia de esa enigmática empresa”.




En el libro, Don Faustino describe lo que sucedía dentro de las minas en su época. Los perforadores, dijo, bajaban hasta el fondo de los túneles con sus ayudantes. 

Allí perforaban agujeros que llenaban con dinamita. Luego, cuando se encendían las mechas, gritaban: "¡Ya está pegado!", que significaba: "¡Corran por sus vidas!".

Tras las explosiones, los tenateros entraban con grandes contenedores tipo bolsa, hechos de cuero crudo y con una correa larga que rodeaba la frente del tenatero. 

Llenaban las bolsas con piedras y las subían por escaleras dentadas hechas de troncos de árbol hasta llegar al exterior.

Aquí, los trozos se fragmentaban -y el mineral que contenía metal-, se separaba de la roca simple, y se transportaba en un teleférico a Las Jiménez. Dos kilómetros al sureste en línea recta.

En Las Jiménez, el mineral se molía hasta convertirlo en polvo, y se transformaba en lingotes de plata y oro, excepto unos pocos gramos que se acuñaban en monedas para pagar a los mineros. 

Los lingotes, se transportaban en camiones (con ocho hombres de guardia) a la estación de tren de Etzatlán, desde donde partían hacia Guadalajara, y otros puntos de México y Estados Unidos. 

«En sus inicios» -declaró Don Faustino-, «estas minas eran peligrosas y causaban numerosas muertes.

Los tenateros corrían riesgos constantemente sin descanso.

Eran tratados como infrahumanos, respirando quién sabe qué aire, bajo la amenaza de derrumbes en los que quedarían atrapados o serían destrozados».

Don Faustino añade que los "patrones" contrataban a niños, incluso menores de 12 años, para ser tenateros, obligados a cargar sus contenedores de cuero con piedras a través de los oscuros, húmedos y calurosos pozos de la mina, a veces arrastrándolos por estrechos pasadizos.

"Muchos de estos trabajadores" - continuó Don Faustino-, "solo duraron cinco o seis años en la mina y terminaron como lo que llamábamos 'cascados': pálidos, tosiendo e incapaces de trabajar. Pensábamos que habían contraído neumonía, por el drástico cambio de temperatura entre los pozos calientes, y húmedos de la mina, y el aire fresco del exterior. 

Se les consideraba jubilados, pero seguían recibiendo sus salarios. Los veíamos sentados, totalmente exhaustos, tosiendo sin parar".

Hoy en día, se sabe que lo que padecían esos mineros era silicosis aguda, que se desarrolla tras la exposición a altas concentraciones de polvo de sílice respirable, que es similar al vidrio molido. 

Esto provoca dificultad para respirar grave, tos, fatiga, fiebre, dolor en el pecho, piel azulada y pérdida de peso, que a menudo conduce a la muerte. 

Las víctimas de silicosis aguda, son particularmente susceptibles a la infección por tuberculosis, posiblemente, porque la sílice daña los glóbulos blancos que normalmente matan las bacterias que causan la tuberculosis. 

"Así" -dice Don Faustino-, "aquellos mineros que una vez fueron muy queridos, ahora eran rechazados, porque la gente creía que su enfermedad era contagiosa. 

Poco a poco, fueron desapareciendo, dejando a sus familias en una situación desesperada porque la indemnización que recibieron sus sobrevivientes de la compañía, fue miserable".

Además, de las entrevistas con Don Faustino, el libro de Carlos Parra contiene ocho páginas sobre la sindicalización de los mineros y el fin de las operaciones mineras en Amparo y sus alrededores. 

Esta información, fue proporcionada por otro informante, estrechamente involucrado en las últimas etapas de la historia del Amparo, Don Emilio Balbuena. 

Parece que en 1926, se formaron en El Amparo dos sindicatos rivales: uno llamado: Los Rojos, organizado por David Alfaro Siqueiros, y el otro, Los Polveados. 

De alguna manera, el líder del Sindicato Nacional de Mineros de México, Filiberto Ruvalcaba, logró que ambos trabajaran juntos y solicitaran a la gerencia un aumento salarial.

La compañía se negó rotundamente, alegando que la mina ya no producía altos rendimientos.

Así pues, los mineros se declararon en huelga y permanecieron en huelga durante cinco meses, pero la compañía se negó a ceder. 

Entonces, Ruvalcaba sugirió que llevaran su desacuerdo con los "gringos" a la Ciudad de México, directamente a Los Pinos, y los mineros accedieron. 

A las tres de la mañana, 400 de ellos partieron a pie desde Las Jiménez, llegando a Teuchitlán a las 10 de la mañana.

“Nos sentamos bajo la sombra de los árboles de Guamúchil”, dice Balbuena, “y calentamos nuestros tacos. Luego, seguimos caminando hasta Tala, donde paramos a dormir. 

Nos levantamos de nuevo a las 3:00 a. m. y continuamos nuestro camino hacia La Primavera, donde descansamos. Pero cuando retomamos la marcha, los mineros mayores y los cascados empezaron a rezagarse”.

Los primeros huelguistas en llegar a Guadalajara enviaron 20 taxis de regreso para recoger a los ancianos y enfermos, y luego, congregándose en la Glorieta de La Minerva (rotonda), los mineros marcharon por la Avenida Vallarta de cuatro en cuatro “en una fila interminable” hasta la Clínica del Seguro Social en Agua Azul, que se convirtió en su hogar temporal. Allí, otros trabajadores sindicalizados, les llevaron una vaca para comer y un cazo gigante de cobre para cocinarla, y el gobernador se comprometió a ayudarlos.

Balbuena dice: “Nuestros líderes fueron entonces a un centro de arbitraje en el DF, donde pasaron varias semanas luchando contra los representantes de la minera. Finalmente, el señor Ruvalcaba, nos llamó, diciendo que la empresa se había negado a acceder a nuestras peticiones y que debíamos prepararnos, porque a la mañana siguiente todos marcharíamos hacia el capitolio. 

Pero al día siguiente, justo cuando estábamos a punto de irnos, volvió a llamar para anunciar que la minera finalmente había accedido a darnos no solo una indemnización, sino también la mina.

El sindicato ferroviario se encargó de que todos volviéramos a Etzatlán y al día siguiente de nuestra llegada, celebramos una gran reunión para elegir una Junta Directiva, porque desde ese momento fuimos nuestros propios patrones”. El relato de Don Emilio sobre lo que posteriormente ocurrió con la mina en manos del sindicato está tan lleno de patetismo, euforia, avaricia, traición y tragedia como la primera parte de su historia, pero no tengo más espacio para contarlo.

Baste decir que, gracias a esta información publicada por el historiador Carlos Parra, se ha revelado que la Saga de las Minas de Amparo tiene todos los ingredientes, y más, para ser una película taquillera, con suficiente lado oscuro como para merecer el interés del maestro del terror, Guillermo del Toro.

Don Faustino Hernández, falleció en Guadalajara en 2015, a pocos días de cumplir 86 años. 

(Foto original, crédito de la misma, a su respectivo propietario)

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Referencias: 

- La Minera Amparo: De la bonanza al fracaso, Por John Pint.

Cuento: ETZATLÁN. Por José Baroja.

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