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04 septiembre 2025

Cuento: ETZATLÁN. Por José Baroja.

A Sinaí «Siempre que odio y amor compiten, es el amor el que vence.» Pedro Calderón de la Barca 

Esta historia comienza con un abrazo que nunca termina, un abrazo que se convirtió en tradición entre la generosa gente de Etzatlán; un perfecto y cándido cariño entre amantes, añadiré, consumado en la plaza de armas de la ciudad; un hito que se repitió una y otra vez desde aquel lejano 31 de diciembre, hasta que todos acabaron por entenderlo como una parte indispensable del festejo de cada Año Nuevo; incluso hubo quien afirmó que de no ocurrir dicho evento, existía la posibilidad cierta y terrible de que enero nunca arribara, pues la Luna, celosa de esta historia, se detendría forzosamente al no encontrarlos allí, y el Sol, el Sol no aparecería jamás. 

Lo mismo podríamos decir acerca de ese beso prolongado que siempre lo seguía, como si uno y otro fueran parte de una misma promesa. Y quizás lo fueran, ya que allí en Etzatlán, cuando esos dos amantes se encontraban, el frío de invierno no importaba más y, necesariamente, la ciudad se transformaba en el centro del mundo; centro del mundo que comenzaba en ella y terminaba en él; centro del mundo que empezaba en él y concluía en ella. 

No obstante, antes de que ese abrazo y ese beso se constituyeran como los pilares definitivos de esta historia, hubo una primera vez, una en que el amor de esas dos almas, reencontrándose acaso después de cuántas vidas, terminó siendo más fuerte que todos los prejuicios que ya arrastraban acerca de lo que significa amar. En efecto, esa medianoche, después de solo unos cuantos días de sonrisas bobas, ideas futuras y sospechas muchas acerca de algo más grande que ellos mismos conjugándose en sus corazones, se descubrieron desnudos bajo las luces de una ciudad que esa jornada bien habría podido convertirse en el faro de todo México. 

En Etzatlán, en el ahora centro del Mundo, ambos se miraron como solo lo habían insinuado los días previos; luego se abrazaron como si no quisieran jamás soltarse, al tiempo que se desprendían de todos sus miedos solo para, finalmente, besarse, besarse hasta concebirse uno en el otro; momento preciso en que un «sí, acepto», sin iglesias, sin coros, sin gente, sin familia, sin juicios, se deslizó como real: la poesía se hizo real. Por supuesto, ambos amantes no sabían que al año siguiente regresarían; y al siguiente, y al siguiente también. 

Con el pasar del tiempo, el relato corrió como el canto de un juglar a través de todo México, país que rápido comprendió que el centro del mundo estaba allí, no en New York; allí, en medio de esa plaza hermosamente iluminada en espera de un año que seguiría ofrendándose al amor o no sería. 

Tal fue la fama que esta historia alcanzó, que, cada 31 de diciembre, muchos enamorados comenzaron a visitar Etzatlán, con la esperanza de renovar sus votos junto a esa pareja que, año tras año, se regocijaba en medio de miradas que reconocían en ellos la genuina eternidad. Por eso, el ayuntamiento, temeroso de que a la muerte de los amantes la Luna y Sol dejaran de renovar sus propios votos con nosotros, decidió instalar una bella escultura en medio de la todavía famosa plaza de armas, escultura en la que se revelaba a la pareja de amantes renovando a perpetuidad su amor en un abrazo y un beso que se prolongaba en el fino mármol; un abrazo y un beso nacidos en el centro del mundo; centro del mundo que comenzaba en él y terminaba en ella; centro del mundo que iniciaba en ella y concluía en él; centro del mundo donde la muerte ya no tenía cabida; Etzatlán, al fin y al cabo.

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[*] Escritor chileno, radicado en Guadalajara, México. Autor de El curioso caso de la sombra que murió como un recuerdo (Ediciones Oblicuas, 2018), El lado oscuro de la sombra y otros ladridos (Ediquid, 2020) y No fue un catorce de febrero (Terra Ignota Ediciones, 2020) Proyecto Patrimonio Año 2021 
A Página Principal | A Archivo José Baroja | A Archivo de Autores | www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com ETZATLÁN Por José Baroja


12 mayo 2025

Mateana Murguía de Aveleyra


(Imagen recreada, ilustrativa)

Nació el 21 de septiembre de 1856 en Etzatlán, Jalisco, y murió el 23 de junio de 1906 en la Ciudad de México. 

Se recibió como profesora el 18 de diciembre de 1878 y, apenas obtuvo su título profesional, se incorporó como directora a la Escuela Oficial para Niñas de Huichapan (Hidalgo). Distinguiéndose por ser la primera profesora en poner en práctica la gimnasia de salón. 

Entre 1881 y 1884 trabajó en diversas escuelas municipales de la capital del país, hasta que, en el último año, obtuvo la cátedra de Gramática en la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres. 

Hacia 1886 fue nombrada directora de la primera de las Escuelas de Párvulos; poco después, por órdenes del presidente Porfirio Díaz, condujo una de ellas anexa a la Normal de Profesores, cargo que desempeñó hasta el 23 de junio de 1887. 

Al momento de su muerte, impartía la materia de Lenguaje en la Escuela Normal para Profesoras.

Se casó el 19 de agosto de 1875 con Enrique Stein, de quien quedó viuda en octubre del año siguiente. De este matrimonio nació María Stein Murguía. 

Durante su carrera laboró en diversas escuelas y en 1884 obtuvo la cátedra de gramática por oposición en la Escuela de Artes y Oficios. Perteneció a las sociedades.

Las Hijas del Anáhuac, y el Liceo Hidalgo, además de fundar y dirigir el periódico redactado por señoras y señoritas "Las Violetas del Anáhuac".

En 1885 contrajo segundas nupcias con el licenciado Tomás Eguiluz, con quien vivieron ella y su hija María en la ciudad de Guanajuato y volvió a quedar viuda. Se casó con Agustín Aveleyra, de quien tuvo un segundo hijo. 

La revista La Mujer Mexicana publicó un número extraordinario dedicado a la memoria de esta mujer. En dicho ejemplar escribieron poemas, cartas y reseñas algunas amigas personales de la poetisa. 

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La vida profesional de esta autora conjugó la docencia y el periodismo. Desde las páginas de las publicaciones seriadas, escribió profusamente en relación con la primera de estas actividades y pugnó por la mejora de las condiciones de trabajo de sus colegas. 

Fuera de la prensa, llevó a cabo algunas labores de difusión. Se sabe, por ejemplo, que gestionó un ciclo de conferencias celebrado en el Teatro del Conservatorio, hacia septiembre de 1905; asimismo, en abril del año siguiente, dictó la conferencia “La gramática y el lenguaje”, con tal éxito que las autoridades le solicitaron un programa educativo que pudiera implementarse año con año, tarea que se vio truncada por su fallecimiento.

Participó en al menos tres asociaciones literarias: el Liceo Hidalgo, la Sociedad Literaria La Concordia y Las Hijas del Anáhuac. Colaboró en El Diario del Hogar, El Escolar Mexicano y Mazatlán Escolar; sin embargo, sus aportes más notables se hallan en las páginas de Las Hijas del Anáhuac —después renombrada Violetas del Anáhuac— y La Mujer Mexicana, dos publicaciones paradigmáticas de la escritura femenina de finales del siglo xix e inicios del xx, respectivamente. 

En el primer periódico, Murguía se desempeñó como redactora y, hacia 1889, se convirtió en su directora debido a la enfermedad de Laureana Wright de Kleinhans, quien había ocupado dicho cargo hasta entonces. Tras las gestiones de Laura Méndez de Cuenca y Dolores Correa Zapata, también dirigió La Mujer, medio al que, incluso, dotó de nombre.

A la fecha no se conocen seudónimos de esta autora; no obstante, sus colaboraciones en la prensa pueden hallarse con dos firmas distintas, las cuales corresponden a su estado civil: Mateana Murguía, viuda de Stein, y Mateana Murguía de Aveleyra. 

Su primer matrimonio, con Enrique Stein, tuvo lugar el 19 de agosto de 1875; Stein murió poco después del enlace, en octubre de 1876. 

Casi una década más tarde, en septiembre de 1885, Mateana volvió a casarse, ahora con Tomás Eguiluz, fallecido tres meses después de la ceremonia. 

Se desposó en terceras nupcias con Agustín Aveleyra el 23 de junio de 1887; desde entonces y hasta el final de sus días tomó el apellido de su cónyuge.

Con los nombres mencionados la escritora firmó ensayos, relatos, traducciones de textos educativos, escritos científicos y crónicas teatrales y de viajes; empero, la poesía fue el género que más cultivó y el que le ganó mayor reconocimiento entre sus contemporáneos.

Murguía nunca recogió su obra en volumen alguno. Hasta el momento sólo se conocen dos testimonios en libro de su labor escrituraria, los cuales formaron parte de antologías. El primero es el volumen de El Parnaso Mexicano —proyecto editorial dirigido por Vicente Riva Palacio—, dedicado a Esther Tapia de Castellanos, en el cual se incluyó la poesía “A Tollantzinco”; por su parte, José María Vigil, en Poetisas mexicanas. Siglos xvi, xvii, xviii y xix, compiló, además de la composición mencionada, los poemas “A una rosa”, “Rimas”, “A la memoria de los alumnos del Colegio Militar, muertos en defensa de la Patria el 8 de septiembre de 1847” y “A mi hija”, que acompañó con un retrato de la autora.

Pese a este vacío bibliográfico, Murguía fue conocida y celebrada en el campo cultural de su tiempo. 

Acaso uno de los primeros escritos que se ocuparon de ella sea la semblanza biográfica que Laureana Wright de Kleinhans firmó para Violetas del Anáhuac, como parte de su serie “Mujeres notables mexicanas”. 

A su muerte, La Mujer Mexicana le consagró un número póstumo que congregó plumas muy diversas; en él aparecieron composiciones poéticas firmadas por María Moreno, Francesca R. de O, Severa Aróstegui, Inés Villarreal, Refugio Barragán de Toscano, María C. de Kattengell, Quirino Ordaz, Balbina González, Rosa Navarro y Francisco César Morales. Se recogieron, también, palabras que en honor de la escritora jalisciense escribieron Justo Sierra y José Gabriel Malda, quienes destacaron sus esfuerzos como educadora; Domingo S. Trueba resaltó, amén de lo anterior, su obra como poeta, y Edmundo Castillo mencionó su importancia para la prensa femenil y la lucha por los derechos de las mujeres.

En épocas recientes, Mateana Murguía ha constituido objeto de análisis de dos trabajos que ofrecen datos biográficos y repasan su labor en la prensa: el libro Dos violetas del Anáhuac, de Elvira Hernández Carballido, y la tesis Periodismo en el siglo XIX. Mateana Murguía de Aveleyra, periodista, presentada por Arlene Esther Rodea Centeno, para obtener el grado de licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. 

Su figura ha sido revisitada, asimismo, desde el ámbito de la historia del feminismo mexicano, aunque sólo de manera breve. 

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Agradecimientos:

- Carlos Enrique Parra Ron.

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Referencias:

https://etzatlan.gob.mx/wp-content/uploads/2022/01/gaceta1.pdf (pág: 28, línea 3)

https://bnm.iib.unam.mx/files/iib/actividades-academicas/13_mateana_murguia.pdf

https://www.decimononicas.com/murguiaaveleyramateana

https://semmexico.mx/a-115-anos-de-su-muerte-mateana-murguia-periodista-mexicana-del-siglo-xix/

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21 abril 2025

Apolinar Pérez Alonso "Don Poli" - padre del cronismo en Etzatlán.

 

(Imagen recreada, ilustrativa)


Un 23 de julio de 1888, nace un insigne Etzatlense -casi olvidado-, don Apolinar Pérez Alonso, conocido como: "Don Poli". 

Hijo de Alipio Pérez, y Felicita Alonso. 

Durante su vida, se dedicó escribir, recopilando fotografías amarillentas en las que aparecen sacerdotes, frailes, músicos, hacendados, militares, etc.

Don Poli, tenía una memoria prodigiosa, le encantaban las vidas de personajes, historias, familias, juicios sobre hechos históricos, políticos y religiosos.

Gracias a su labor, se conoce una parte de historia de Etzatlán que le tocó vivir.

Escribió algunos libros como: “cronología histórica de Etzatlán”, y apuntes históricos de Etzatlán”. 

Este señor, fue un cronista nato, escribió un libro de 232 páginas (desaparecido), con la cronología histórica de Etzatlán. 

Algunos autores, como: -el sacerdote jesuita-, Heriberto Navarrete Flores, el Dr. Carlos Fregoso Gennis, y otros más, lo mencionan en su libros. 

Don Apolinar Pérez Alonso, nació en Etzatlán, Jalisco, se puede decir que fue unos de los historiadores de esta población, aunque muchos de sus escritos se han perdido, y otros, no se han publicado.

Se sabe que en su juventud, tuvo algunos cargos importantes en el municipio, y en una compañía minera.

Se dice que desde entonces, ya tenía el antojo por las letras, y que aprovechaba cualquier pedazo de papel para hacer sus anotaciones -aunque nunca se le dio la importancia que se le debiera dar-, ayudó a muchas personas en sus tareas, mismos que llegaron a ser mentores en las distintas escuelas -no solo de esta población-, sino, que de otras partes de la República.

Don “Poli” -como se le llamaba de cariño-, también tuvo el honor de guardar por unos días en su casa, los restos del que fuera un prominente etzatlense, y cuarto gobernador del Estado de Jalisco, don Antonio Escobedo I. Daza, mismo, que le fue traído y entregado por el Sr. Pablo Barajas, en presencia del Sr. Ignacio Ramos, el 31 de enero de 1933, quién por órdenes de otro destacado hijo de Etzatlán -el gobernador don Everardo Topete Arcega-, no solo se trajeron sus restos, sino, que también el monumento que antes estuviera en las afueras de la Penitenciaria de Escobedo, en Guadalajara. En ese entonces era presidente Municipal el Sr. Roberto Blanco.


Don Apolinar, murió en esta población a los 84 años de edad y fue sepultado en el panteón Municipal.

Fuente: Carlos Enrique Parra Ron, 03/05/2014, 19/07/2015.


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24 marzo 2025

Jesús Guillermo Gonzalez - Escritor Etzatlense.

 



 
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Jesús Guillermo Gonzalez, nace un 28 de mayo de 1999, nativo de Etzatlán, concluyó sus estudios en la Licenciatura de Psicología, egresado de la Universidad de Guadalajara.

Su primera novela, se publicó en diciembre de 2022, bajo el título:  «Reminiscencias» misma, que llegó para plasmar un complejo vitral de emociones, y sensaciones universales: la pérdida, el amor, el desamor, la tragedia, entre otras. Todas, con un factor en común: el resumen de la tragedia que -a veces-, implica el simple hecho de vivir...

Más tarde confesó -entre risas-, que su novela existía en una suerte de superposición cuántica: «parece ser famosa, pero nadie la conoce.»

Reminiscencias, aborda la historia de un joven marcado por un contexto social y político adverso, que lo orilla a la guerrilla, y que solo cuenta con la ilusión del amor para mantenerse firme. 

Al leer el libro, el lector es acompañado por un paisaje lúgubre, y desolado, gobernado por el desasosiego. 

Nos encontramos, pues, con una novela que no invita a los finales felices, sino, a las reflexiones que solemos ignorar en el día a día, pero que, encierran el verdadero sentido de la existencia.

21 marzo 2025

Carlos Enrique Parra Ron - El Hombre detrás de la Crónica.



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Carlos Enrique Parra Ron, mejor conocido como: "Don Carlitos", es cronista vitalicio, compositor, escritor, promotor cultural e historiador. Nacido el 8 de julio de 1948 en Guadalajara, Jalisco. Su vida ha estado marcada por una profunda vocación literaria y un incansable compromiso con la preservación de la historia y las tradiciones de Etzatlán, Jalisco.

Cuenta con dos carreras técnicas, una, enfocada en Publicidad, y Mercadotecnia, y la otra, en Dibujo Industrial, a las que dedico varios años de su vida, creando artículos para distintas empresas, y que -posteriormente-, fundaría la propia, para enfocarse a la creación  de anuncios luminosos: "A.S Anuncios, y Servicios", misma, que lo llevaría a emplear más de 30 años. Así mismo, fue Coordinador de Fomento Cooperativo de la Reforma Agraria en Nuevo León.

A pesar de ser autodidacta en literatura, desde temprana edad, mostró un talento innato para la escritura, y fue presidente de la Asociación de Autores y Compositores del Estado de Jalisco, A. C., durante un año y medio. 

Antes de dedicarse de lleno a la cultura, y la historia, desarrolló una carrera en el ámbito de la publicidad y trabajó en Guadalajara y Ciudad de México, siendo socio-fundador de la Asociación Mexicana de Profesionales de la Promoción, A. C. 

Desde 2005, decidió dejar atrás su vida en la perla tapatía, para residir en Etzatlán -claro, está no sería la primera vez que él venía al pueblo-, sino que, -gran parte de su infancia-, solía regresar a vacacionar con sus parientes más cercanos. Ahí fue donde su pasión por la escritura y la promoción cultural floreció, convirtiéndolo en una figura clave en la vida artística e histórica del municipio.

"Me siento muy orgulloso, de ser Etzatlense... me preguntan, pero tú no naciste aquí... Decía la muy conocida cantante, Chavela Vargas: «Un Mexicano, nace donde se le da su fregada gana»,  así también, un Etzatlense, nace dónde le de su fregada gana... No importa que uno no haya nacido aquí, lo que importa, es el amor que se lleva por la población..." (comenta en una entrevista realizada a su persona, con fecha del  10 de Abril de 2020).

Cuento: ETZATLÁN. Por José Baroja.

A Sinaí «Siempre que odio y amor compiten, es el amor el que vence.» Pedro Calderón de la Barca  Esta historia comienza con un abrazo que nu...